Verás, puede que la gente diga que la Alemania nazi se construyó sobre la base del antisemitismo, pero todo se habría quedado en nada si los alemanes no hubieran adorado una actividad en particular: la quema. A los alemanes les encantaba quemar cosas: tiendas, sinagogas, Reichstags, casas, objetos personales, gente caída en desgracia y, por descontado, libros.

miércoles

Los hombres con abrigos largos sabían quién fue el
tercero.
Al día siguiente de la visita en Himmelstrasse, Rudy se
sentó a la puerta de casa con Liesel y le contó la odisea,
hasta el último detalle. Dio su brazo a torcer y confesó
lo que había sucedido en el colegio el día que lo sacaron
de clase. Incluso rieron cuando le describió a la colosal
enfermera y la cara que había puesto Jürgen Schwarz.
Sin embargo, la mayor parte del relato estuvo repleta
de angustia, sobre todo cuando llegó a las voces de la
cocina y los cadáveres de las fichas de dominó.
Liesel no pudo quitarse esa imagen de la cabeza
durante varios días.
La revisión médica de los tres chicos o, para ser
honesta, la de Rudy.
Tumbada en la cama, echaba de menos a Max, se
preguntaba dónde se encontraría, rezaba para que
estuviera vivo, pero en algún lugar, entre todo lo
demás, aparecía Rudy.
Brillaba en la oscuridad, completamente desnudo.
Era una imagen que la aterraba, sobre todo el
momento en que lo obligaban a retirar las manos. Por
desconcertante que fuera, no sabía por qué, pero no
podía dejar de pensar en ello.

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